Lo “políticamente correcto” ilusoriamente crea un código para que vivamos en unidad, pero en la práctica, solo promueve la uniformidad.
Por Arthur Lupion
Hace poco tiempo atrás, participé de un aula sobre ética en gestión de proyectos, cursando la facultad de Administración, y el profesor propuso una discusión en grupos, mientras enseñaba sobre el código de ética que la PMBok (una guía para gestores de proyectos) propone.
Al reunirme con mi grupo, me vi envuelto en una discusión sobre ética. Yo estaba afirmando categóricamente que la ética es situacional y no absoluta, y todos en el grupo estaban en desacuerdo conmigo. Comencé a citar ejemplos de culturas donde las atrocidades son aceptadas y a veces incluso honradas. Al término de la conversación, todos en el grupo estaban de acuerdo y me preguntaron en qué creía.
Creo que en nuestro tiempo la verdad es plural, los absolutos se quedaron en la modernidad. En realidad, el exceso de racionalismo de la modernidad nos condujo a la relativización de los absolutos. No existe una verdad fija, la verdad es relativa al contexto social y cultural.
Es en este ambiente que nace el concepto de lo “políticamente correcto”. Surge de la pluralidad de la verdad, que destruyó la razón e hizo inviable cualquier comentario neutro. O sea, por tener varias verdades, ninguna de ellas puede ser absoluta, y de ese modo, no podemos defender un punto de vista de manera neutra. Todos son vistos de forma pasional y, por eso, somos obligados a aceptar cualquier punto de vista, incluso si contradice a la lógica.
No creo en lo “políticamente correcto” por el simple hecho de que promueve la uniformidad y no la unidad. Todos tenemos que estar de acuerdo con algún aspecto social pertinente y enfatizado por la cultura actual. Y aquellos que no están de acuerdo no son bien vistos. Lo “políticamente correcto” termina siendo tajante y muchas veces, agresivo. Creando aspectos situacionales superlativos y dándoles la misma importancia que a las enseñanzas de la Palabra.
Creo en la unidad. La unidad existe incluso cuando hay discrepancia en aspectos secundarios e incluye a la tolerancia y el amor. En cambio, la uniformidad es un régimen donde todos tienen que estar de acuerdo, y cuando hay discrepancia, aquel que discrepa es estigmatizado y normalmente sufre alguna penalidad. La Trinidad eternamente vive en la unidad. La ortodoxia afirma que son tres personas distintas, siempre unidas sin posibilidad de separación. Este modelo nos posibilita vivir en comunidad con personas que piensan diferente unas de otras.
Cuando Jesús, en el Getsemaní, estaba en extremo sufrimiento, nos muestra este aspecto con estas palabras a Su Padre: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42).
La trinidad son tres personas distintas una de la otra. Cada una posee una consciencia propia, y por lo tanto, una voluntad propia. De ese modo, el Padre tiene una voluntad, el Hijo tiene una voluntad y el E.S. tiene una voluntad. Al mismo tiempo, son un solo Dios. Por tanto, son tres personas, tres voluntades, pero una única voluntad de Dios.
La unidad existe a pesar de que tengamos opiniones diferentes. Respetar las opiniones de los otros, viviendo en armonía y con una sola mente, caracteriza este aspecto del ser divino que nosotros podemos replicar.
Imagina esta realidad en nuestra sociedad, nuestras iglesias y familias. Es imposible, por ejemplo, ver eso a la luz de las últimas elecciones (en Brasil). No propongo abandonar todos los absolutos de la Palabra, por el contrario, propongo vivir solamente por los absolutos de Dios mientras tenemos comunión con hermanos que piensan diferente en cuestiones secundarias.
Estamos lejos de replicar a un Dios unido en diversidad como sociedad, y caímos en el anzuelo de creer que lo “políticamente correcto” nos ayuda en eso, cuando en realidad lo dificulta.
Jesús lo hace posible, como ya vimos en el texto, colocando Su voluntad debajo de la voluntad del Padre, por libre elección. Actúa por amor y no preserva Su opinión o Su voluntad. La Trinidad hace posible un modelo replicable para que la sociedad, la iglesia universal, las iglesias locales y las familias experimenten la unidad.
La característica de la semana para aquel que adopta una cosmovisión trinitaria es:
Busca la unidad y la armonía, en vez de generar discordia y división. La unidad en la diversidad, en vez del ilusorio amor propuesto por lo “políticamente correcto”.